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jueves, abril 18, 2024

Clave para evitar manipulación

Como se dice que “la moda no incomoda” y como nos ha correspondido vivir en una etapa en la que todos comunicamos para todos, no es extraño que a cada vez más gente le atraiga la idea de realizar un oficio que hasta hace poco era para círculos muy exclusivos.

Pero, ¿realmente sabemos comunicarnos? Al comunicar, ¿aportamos o dañamos? Cuando nos exponemos a los mensajes, ¿nos beneficiamos o nos perjudicamos? Para acercarnos a algunas respuestas parece más que oportuno hurgar en un ámbito que puede ayudarnos a mejorar nuestras acciones de comunicación.

De entrada, algo que ha de quedar muy claro: cada persona cuenta con potencial para comunicar; de hecho, todos comunicamos. Pero de muy poco sirve ese potencial si no lo convertimos en potencia, en capacidad de hacer, si no lo vamos puliendo a la luz de la mejora continua. Y no es que se trate de un asunto “del otro mundo”, pero tiene sus complejidades.

Iniciemos por el principio. Eso tan humano que conocemos como comunicación –Garzón Céspedes dice que “sin comunicación no hay ser humano”- inició con los esfuerzos para poner en común lo que se generaba en el cerebro de alguien que sentía la necesidad de que otro lo entendiera y actuara en consecuencia.

Para ese entonces no existían las palabras. ¡Tremendo reto! Eso obligaba a comunicarnos con todo el cuerpo. Por eso hemos quedado marcados por una especie de sentencia implacable: “La boca puede mentir, el cuerpo no”. Así se hace alusión a la gran incidencia que tiene la comunicación no verbal.

De manera muy escueta podemos referirnos a la comunicación no verbal como el conjunto de gestos, expresiones o movimientos corporales que logran incidir en quienes reciben nuestros mensajes. De la comunicación no verbal vale referir que generalmente se apoya en mensajes bastante difíciles de decodificar, pero con efectos determinantes en quien los recibe. Es que esos mensajes suelen ser emitidos, recibidos y procesados por la parte más primitiva de nuestro cerebro: la reptiliana y la límbica.

Por si alguien se asusta, me animo a compartir dos noticias, una buena y una mala: la buena es que el denominado cerebro reptiliano solo ocupa el cinco por ciento de nuestra masa cerebral. La mala es que se encarga de nuestras conductas inconscientes e involuntarias.

Sencillamente se trata de la parte del cerebro que compartimos con otros mamíferos y también con reptiles. Ahí está el “centro de mando” de las funciones más básicas y primitivas. Podemos, por ejemplo, contener la respiración por breve tiempo, pero tanto eso como la presión sanguínea, la temperatura, el equilibrio, entre otras conductas inconscientes e involuntarias, son “comandadas” por esa parte del cerebro.

También de manera muy breve vale hacer referencia al cerebro límbico, parte encargada de temas como las emociones y la conducta humana. Ahí opera el “centro de mando” de sentimientos como el miedo, la felicidad o la rabia, entre otros.

En consecuencia, cuando alguien tiene que arrepentirse de algo que ha hecho o dicho –las dosson formas de comunicar- podemos afirmar que se ha impuesto el uso de la parte reptiliana o límbica del cerebro ante la que se conoce como neocortex o cerebro prefrontal. Esta última es la parte encargada de ayudarnos a entender, a pensar y a que podamos entrar en razón

Comunicar, y hacerlo con clara noción de lo que tenemos entre manos, implica conocer que los seres humanos tenemos oportunidad para operar priorizando zonas cerebrales.

Cuando se trata de dañar, se usa el cerebro prefrontal mientras se hace todo lo posible para evitar que nuestro interlocutor lo haga. Cuando se trata de comunicarnos para entendernos y lograr objetivos juntos, se promueve que ambas partes usemos el neocortex. Así se consigue que el resto del cerebro solo tome parte para emocionarnos, para sentirnos humanos, en fin, para celebrar esa capacidad de entendernos y lograr objetivos.

Ahí está la clave fundamental. Por eso es tan útil tomar una que otra oportunidad para bajar la marcha. Solo cuando tenemos tiempo para procesar los mensajes que recibimos es cuando logramos identificar, y muchas veces hasta esclarecer, los reales propósitos de quien los emite y sus posibles repercusiones. Es así como la comunicación ayuda a que nos mantengamos humanos.

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